jueves, 26 de marzo de 2015

A golpe de cálamo

Homero cogió el cálamo metálico y empezó a garabatear sobre la arcilla recién alisada. Los signos que había aprendido del navegante fenicio se habían perfeccionado con el tiempo y ahora se modulaban con suavidad, como una caricia deseada. Pensaba que tenía que buscar algún discípulo para enseñarle el arte que estaba creando y poder escribir lo que los aedos y rapsodas recitaban en las frías noches invernales. Las tablillas de barro se amontonaban en los estantes en un aparente desorden ya que en el reverso cada una de ellas tenía una marca, combinaciones de los signos que utilizaba para escribir, las letras del alfabeto. Habían pasado ya muchos años desde que comenzara la narración: canta, diosa, la cólera de Aquiles… muchos años perfeccionando el arte de arañar con dedos de poeta las tablillas que más tarde el destructor fuego convertiría en cerámica con alma de héroe. Al sinuoso ritmo del cálamo le acompañaba de fondo el martilleo de la fragua de Hefesto. Los fuelles que alimentaban la fragua lamían el ambiente con lenguas de fuego y los crisoles se iban llenando, unos de bronce, otros de plata y otros de oro. Una vez que las tablillas broncíneas, argénteas y áureas quedaron dispuestas para ser trabajadas Hefesto cogió el cincel y trazó los bosquejos de la tierra, el cielo y el mar. Una a una las figuras aparecían ensambladas. Sólo Orión quedó sin bañarse en Océano.

(http://www.sofiaoriginals.com/feb613escrituray2.htm)

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