Negras naves asomaban, a lo lejos, en lo que parecía ser el límite del horizonte mientras el río Océano fluía sin cesar. Y el reflejo de las naves en el claro cielo hacía presagiar nubarrones y tormenta. Hefesto se demoró en cincelar un borde grácil y robusto al tiempo, capaz de repeler a la propia muerte y de impedir que lanzas y espadas rozasen la piel del divino Aquiles. Pero Aquiles no lo sabía y lloraba la pérdida de Patroclo. Hefesto sintió lástima por el profundo sentimiento que devoraba al héroe y dejó que el agua de Océano rebosase el borde del escudo para que refrescase el sangriento brazo del combatiente. Más y más naves iban oscureciendo con sus nubes el cielo pero Hefesto aún tenía tiempo de planificar un escudo del que hablases generaciones venideras. Despertó del sueño cuando el río Océano se desbordó como una cascada de bronce a golpe de martillo.
(http://arquehistoria.com/el-hombre-de-plata-tartessos-y-su-alianza-con-los-griegos-10015)
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