miércoles, 25 de marzo de 2015

Golpe a golpe.

El suave murmullo del oleaje se confundía con el repiqueteo. Desde una cueva cercana a la que nunca llegaba el sol las Grayas compartían el único ojo que tenían para ver cómo el robusto Hefesto se había puesto de nuevo a forjar lo que parecía una magnífica obra. Y era sólo el comienzo porque no muy lejos de allí las Moiras hilaban con desdén el destino de los mortales y reían cada vez que un hilo se rompía entre sus manos, reían y el eco de sus risas llegaba desde las nevadas cumbres del Olimpo hasta el mar donde las Grayas se nutrían de ondulados cabellos blancos que sacaban de la espuma. El repiqueteo comenzó siendo suave, mórbido, siguiendo la curvatura del viejo escudo que el dios utilizaba para forjar el nuevo; de algo viejo creó algo nuevo, un escudo con el que todo ser humano o divino se quedaría maravillado, una gran obra que empezaba a construirse ya en su imaginación: un círculo que contuviera el todo, la perfección, una osadía hasta para un dios, algo sin parangón. El repiqueteo se fue acelerando conforme pasaba el día y las Moiras seguían devanando el destino. De un ritmo regular se pasó a otro inconstante e irregular; el martillo descargaba toda la rabia que los robustos brazos lanzaban contra el yunque; el yunque soportaba los golpes como latigazos furiosos; el bronce se dejaba domar. Cuando Helios acariciaba la cerviz de Océano el martillo de Hefesto, arrojado con furia desde la fragua, cayó en la orilla de la playa. Océano aún seguía indomable y no se sometía a la geometría del círculo.

(https://elpulpo.wordpress.com/2010/01/07/ekphrasis-infinita-relacion-entre-ver-y-decir/)

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