Las naves en tropel surcaban el ponto e iban arrasando las islas y territorios que no se unían a la expedición. En muchas islas sólo quedaron los niños. También llegaron a Creta y de allí partieron con las naves cretenses al mando de Idomeneo. Entre los acompañantes regios estaba Dictis el cretense, escriba de palacio que tenía la orden de tomar nota de todo lo que sus ojos y oídos captasen desde el momento en que zarparan de Creta. Todos tenían la certeza de que la guerra que asomaba poco más allá del horizonte sería dura y cruel. Y nadie se equivocaba. Mecido por el suave oleaje de Céfiro el escriba esperaba a divisar las gigantescas murallas de Troya para comenzar su relato. En la espera las naves competían en velocidad a golpe de remo en una desenfrenada carrera hacia el destino. En las naves capitanas cada uno de los reyes enarbolaba su rostro ávido de sangre humana. Dictis intentaba ordenar en su mente las imágenes de un ingente ejército camino de la destrucción de Troya pero Céfiro llenaba con rápida suavidad las onduladas velas y el tropel no se dejaba someter a una imagen clara de modo que el escriba apartó el inocente cálamo y se dejó invadir por la brisa que le rozaba.
(http://candamo.eu/Naval/antigued/griego.htm)
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