Hefesto tenía la costumbre de perseguir a las náyades que se reunían a disfrutar de la libertad de una desnudez sin escrúpulos en el nacimiento del río Escamandro, cerca de donde tenía su fragua. Jugaba a alcanzarlas sabiendo que era prácticamente imposible. En cierta ocasión incluso se cubrió con la piel de leopardo que había abandonado Hilas al ser raptado por las náyades cautivadas por la belleza del joven pero de nada le sirvió a Hefesto el burdo disfraz. Cuando no lograba su propósito apagaba la sed con un baño en el Escamandro sabiendo que por pertenecer al séquito de Zeus no sufriría ningún tipo de locura. Cualquier otro ser humano que se bañase en esas aguas consagradas a las náyades enloquecería sin remedio. En uno de sus escarceos se fijó en una náyade no por su belleza sino porque estaba absorta, descuidada, y podía se una presa fácil. Se acercó, sinuoso, a ella y en el momento en que le tocó la nívea piel se quedó petrificado, inmovilizado por el hechizo que permitía a las náyades en peligro inmovilizar a sus adversarios. Así, viendo cómo a su alrededor se consumía el día y la noche siguiente, estuvo Hefesto hasta que el centauro Quirón lo liberó entre sonoras carcajadas. Tal fue la rabia de Hefesto por haber caído en la red de la náyade que de un violento martillazo desvió el curso del Escamandro y el río se vio obligado a sumergirse en las profundidaes del monte Ida para enfriar la fragua de Hefesto. Después, de regreso al la espaciosa tierra corría veloz al encuentro de Simois con todo el deseo de un amante necesitado.
(http://irohe.blogspot.com.es/2011/05/las-encantadas-de-montijo.html)
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