Hefesto hizo un descanso en la elaboración del nuevo escudo y recordó por qué lo estaba haciendo: nunca agradecería suficientemente que Tetis y Eurínome hubieran amortiguado su dura caída al ser arrojado violentamente desde el Olimpo por su propia madre. Las dos nereidas habían utilizado los pliegues de sus cuerpos para que el repudiado patizambo cayese muellemente en el lecho marino. Y Hefesto se lo agradecería eternamente. Cuando Tetis acudió a su fragua lamentándose porque Aquiles había perdido a Patroclo y la armadura que ambos habían vestido, no dudó ni un solo momento en dedicar todo el tiempo necesario en la elaboración de las armas que darían a Aquiles la gloria. El ínclito dios del fuego y la forja recordó la árida tierra de la isla de Lemnos y la infancia entre los Sintios con quienes aprendió el arte de sobrevivir. Por ello a veces regresaba a la isla y avivaba en su interior el fuego de la rabia que le hacía vomitar lava. Al anochecer aún se aprecia en ocasiones, como testimonian muchos de los viajeros que por allí han pasado. Afirman también que cuando el dios visita la isla un rugido recuerda su rabia y mar y tierra se estremecen.
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